lunes, 27 de diciembre de 2010

Carta a la escribidora (1)


No, no creas que me he olvidado de tí escribidora. Aún toco los gestos de papel y pluma que borraban los instantes de mi cordura sólo que ahora éstos laten cuando abro mis ojos en el cielo azul y el sol prepotente de ésta ciudad, acompañando mi voz de luna en éste lugar en que el tiempo se arrastra como un caracol.
¡Me gusta que acá el reloj haya muerto!, que el tiempo agonize entre tantos reencuentros, que el tiempo se entregue sin recelos al apuntar mis días y cobijar mis noches en el que me siento como una gacela corriendo en la memoria del aire ¡sí soy parte de él! evocando  y registrando cada una de sus experiencias y comienzo a volar sin saber cuándo ni a dónde llegaré ¡eso me gusta! saber que nada estoy planeando que me doy el goce de aletear en las orillas, en los abismos y hasta en los secretos.
El tiempo seguirá muriendo quizás sólo dure unos días o quizás esos días se multipliquen y pueda nuevamente correr como una gacela ¡yo no sé! lo que si sé es que he retomado, he curado unas alas moribundas que me acompañaban, que aún tiemblan pero que han logrado fortalecerse por las experiencias.
¡He regresado a mi hogar por éstas fiestas!



Dobla la hoja en que había escrito éste texto, coge el gomero que está al costado de su mesa de noche, echa  una gota de pegamento en su dedo decide cerrar el sobre y en esos momentos se pierde en pensamientos por unos segundos mientras alza su cabeza y sus ojos miran hacia el techo. Se limpia la yema del dedo engomado y le da vuelta al sobre dejando lucir la parte anterior de éste en el que escribe el destinario: Para la escribidora,  y remitente: ¡Siempre tuya, Karla!.
Levanta su almohada, coge el sobre y lo coloca ahí. Es un sobre de correo interno diseñado para utilizarlo varias veces cerrado por eso con un adhesivo débil, pues sabía que ésas no sería las últimas palabras que ella le  enviaría a la escribidora.

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